Hay muchos discos que
han cambiado, para bien o para mejor, el rock en la Historia: “Sgt.
Pepper”, “Led Zeppelin IV”, “Electric
Ladyland”…
En los ochenta, a finales, surgió el último bombazo. Uno de esos discos que la gente recordará como “de manual”. De manual de como hacer que un disco de rock guitarrero, agresivo y veloz, hiriente como un cuchillo, se colara en casi todas las casas que contaran con un equipo estéreo. Para nuestro disfrute, y el terror de más de un padre o madre.
En los ochenta, a finales, surgió el último bombazo. Uno de esos discos que la gente recordará como “de manual”. De manual de como hacer que un disco de rock guitarrero, agresivo y veloz, hiriente como un cuchillo, se colara en casi todas las casas que contaran con un equipo estéreo. Para nuestro disfrute, y el terror de más de un padre o madre.
Algunos dirán que no
hay mucha explicación para esto: en plenos años 80, el rock de esas
características no gozaba precisamente de buena salud, y menos en un
país tan pacato y retraído en ese sentido como los USA. De acuerdo
que, en el circuito underground, sobre todo angelino, se podía
disfrutar de bandas absolutamente macizas y combativas, como los
tipos que nos ocupan. Pero era eso… muy minoritario. Hasta que a
unos hábiles, habilísimos ejecutivos de Geffen cayeron en la cuenta
de que no solo podrían animar el cotarro, sino que además, de paso,
se podían llevar unos buenos pellizcos a la buchaca.
Cogieron por banda a
unos tipos absolutamente caóticos, que ya llevaban un tiempo dando
bronca por garitos de LA, a pelea por concierto: Duff McKagan y su
aire punk, Izzy Stradlin’ con su vena de rock clásico. Axl Rose y
su tremenda agresividad, vocal y de actitud. Slash y su guitarra
incendiaria. Y un drogadicto sin remedio que le pegaba que la rompía,
Steven Adler. Me imagino la cara de estos cinco personajes, que hasta
entonces habían estado malviviendo en cuchitriles, drogándose,
bebiendo y jodiendo a todo lo que se movía, cuando los de Geffen les
propusieron un contrato que les iba a convertir en mega-estrellas del
rock. Y que les iba a subir el pavo a la estratosfera.
Estaba todo previsto.
Hasta la portada del disco era lo suficientemente transgresora,
aunque luego dieran marcha atrás por su supuesto apología de la
violación. Incluso en el último momento se decidieron por un
productor más hard que el que tenían en principio en mente: “Mutt”
Lange fue sustituido a última hora por Mike Clink, un tipo que sabía
como afilar guitarras. Iban a ir a saco.
Aquellos incautos, de
los primeros que se atrevieron a comprar semejante artefacto, no
podían creer lo que encerraban esos surcos. El bofetón primerizo
que recibieron con las primeras notas de “Welcome To The Jungle”
supongo que les dejaría anestesiados ya para el resto de la
avalancha. Hard rock, muy hard, excesivamente hard, sin concesiones.
Y la tremenda crudeza, la urgencia de un tema tan punk (cortesía de
Mr. McKagan) como “It’s So Easy” terminarían de noquear al más
plantado. Joder, aún recuerdo estar en mi casa, y pinchar una y otra
vez ese tema, obsesivamente, antes de pasar al resto del disco.
No hay respiro en la
primera parte del disco. Si no has tenido bastante con los dos
primeros puñetazos, aún te esperan después dos andanadas más: la
más clásica “Nightrain”, (un homenaje a un vino barato, una
especie de Don Simón de LA), con su aire de los Aerosmith más
macarras, y un trabajo solista de Slash que tumba de espaldas. En
este tema se forjó la leyenda de este hombre. Y la de Steven Adler,
como uno de los golpeadores más duros del planeta. No, filigranas
no. Golpeo seco y directo, al mentón.
“Out ta Get Me”. Me
persiguen… quieren atraparme… grita Axl como un poseso, en una
canción que bien podría llevar el sello de unos MC5 o unos Stooges
enloquecidos y saturados de guitarras. Todo un jodido himno “outlaw”.
“Mr. Brownstone”
baja un poco las revoluciones del disco, antes de que te dé un
infarto o te estampes contra alguno de los muebles de tu casa
haciendo “air guitar”. Su ritmo, macarrazo pero cachondón al
mismo tiempo, y el casi rapeo de Axl de la letra, esconden un tema
que a mí me parece podrían haber firmado unos Lynyrd Skynyrd de
ciudad… de la ciudad del pecado: “Paradise City”.
El tema que eligieron
como primer single del disco, creo que no hace justicia al resto del
disco. Cualquiera que haya comprado este trabajo pensando que todas
las canciones iban a ser como ésta, casi un himno de estadio, se
llevaría una sorpresa. Lo mismo les ocurriría a todos aquellos
incautos que supondrían lo mismo con “Sweet Child O’Mine”, una
canción que ha sufrido cierto daño con el tiempo a base de
machacarla en infinidad de radio-fórmulas, sean o no rockeras.
“My Michelle” y
“Think About You” llevan el sello inconfundible del cerebro en la
sombra: Izzy Stradlin. Ese hombre que ocultaba su rostro con el
flequillo, con cierto aire frágil y tímido, si lo comparamos con la
arrogancia y la chulería del resto de los componentes. Ese hombre y
su inmenso guitarrón Gretsch puede que sea el tipo más macarra de
los cinco o, por lo menos, el más interesante musicalmente. Sus
trabajos en solitario, tras su marcha del supergrupo, así lo
demuestran. A no perderse el magnífico debut que hizo con su propia
banda, los Ju Ju Hounds, donde le acompañaban tipos tan eficientes
como Rick Richards, de Georgia Satellites, y otros entrañables
forajidos.
Hacia el final del disco
encontramos los temas más caóticos y deslavazados de este trabajo,
pero no por ello menos contundentes: “You’re Crazy” y “Anything
Goes”, para terminar con otro de los himnos inmortales de la banda,
el soberbio “Rocket Queen”, uno de los platos fuertes del directo
de los angelinos.
¿La pena? Que todo
empezó…. y se acabó con el mismo disco.
Lo que vino después ya
era un supergrupo, abrumado por los excesos, y en manos,
absolutamente en manos, de los mismos personajes maquiavélicos que
lo habían creado. Dos obras como “Use Your Illusion I y II”,
son todavía discos soberbios, pero ya en ellos se echa de menos esa
rabia, esa urgencia, esa agresividad y frescura de este primer
trabajo. Todo está más organizado, no como en “Appetite…”
donde estoy casi seguro que alguien les diría a los chicos: “salid
a tocar, y divertíos”.
Hard rock, punk,
actitud… éste es un disco que todavía pone los pelos de punta
cuando lo pinchas. Y seguirá poniéndoselos a generaciones futuras,
que verán en él un resumen casi perfecto de todo la filosofía que
ha dominado este movimiento. El sexo, las drogas y el rock’n’roll.
Ritchie Moreno
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